Con este cuento se apunta a trabajar
diferencias y discriminación se trabajan los principios 1-5-10.
Entre anoche y esta mañana, existió un
planeta que era muy parecido a la Tierra. Sus habitantes solo se
diferenciaban de los terrestres en que no tenían más que un ojo. Claro que era
un ojo maravilloso con el que se podía ver en la oscuridad, y a muchísimos
kilómetros de distancia, y a través de las paredes…Con aquel ojo se podían ver
los astros como a través de un telescopio y a los microbios como a través de un
microscopio…
Sin embargo, en aquel planeta las Mamás
tenían los niños igual que las Mamás de la Tierra tienen los suyos.
Un día nació un niño con un defecto
físico muy extraño: tenía dos ojos. Sus padres se pusieron muy tristes. No
tardaron mucho en consolarse; al fin y al cabo era un niño muy alegre…y,
además, les parecía guapo… Estaban cada día más contentos con él. Le cuidaban
muchísimo.
El niño fue creciendo y sus problemas eran
cada día mayores: necesitaba luz por las noches para no tropezar en la
oscuridad.
Poco a poco el niño que tenía dos ojos se
iba retrasando en sus estudios; sus profesores le dedicaban una atención cada
vez más especial… Necesitaba ayuda constantemente.
Aquel niño pensaba ya que no iba a servir
para nada cuando fuera mayor…
Hasta que un día descubrió que él veía algo
que los demás no podían ver… En seguida fue a contarles a sus padres cómo veía
él las cosas… Sus padres se quedaron maravillados… En la escuela sus historias
encantaban a sus compañeros. Todos querían oír lo que decía sobre los colores
de las cosas. Era emocionante escuchar al chico de los dos ojos. Y al cabo del
tiempo era ya tan famoso que a nadie le importaba su defecto físico. Incluso
llegó a no importarle a él mismo. Porque, aunque había muchas cosas que no
podía hacer, no era, ni mucho menos, una persona inútil.
Llegó a ser uno de los habitantes más
admirados de todo su planeta. Y cuando nació su primer hijo, todo el mundo
reconoció que era muy guapo. Además, era como los demás niños: tenía un solo
ojo.
Idea
y texto: J.L. Sánchez y M.A. Pacheco. Este cuento forma
parte de la serie Los Derechos del niño, cuentos dedicados a ilustrar los
principios del decálogo de los Derechos del niño proclamados
por la ONU.
La niña Sin Nombre
Con este cuento se apunta
a trabajar el derecho a la identidad, correspondiente al
derecho 3.
Había una vez una niña muy pequeña que
viajaba por el mar en un témpano de hielo muy grande. La niña estaba sola. Se
había perdido. Después de algunos días en el témpano de hielo era ya más
pequeño: se estaba fundiendo. La niña tenía hambre, tenía frío y estaba muy
cansada.
Cuando el témpano de hielo se había deshecho
casi del todo, unos pescadores recogieron a la niña en sus redes. El capitán
del barco le preguntó que cómo se llamaba. Pero la niña no entendía el idioma
del capitán. Por eso la llevaron al jefe de policía. Nadie fue capaz de
averiguar de qué país era la niña; no entendía nada y, además, no tenía
pasaporte. El jefe de policía llevó a la niña ante el rey de aquel país y le
explicó que no sabían de donde era ni cómo se llamaba.
El rey estuvo pensando un rato y luego dijo:
“Puesto que es una niña, que la traten como a todas las niñas…” Pero era
difícil tratarla como a todas las niñas, porque en aquel país todos los niños
tenían nombre menos ella……y todos sabían cuál era su nacionalidad menos ella.
Era distinta de los otros niños y no le gustaban las mismas cosas que a ellos.
Y, aunque todos la querían mucho y eran muy buenos con ella, nadie consiguió
que la niña dejara de ser distinta de los otros niños…
A los pocos días, el hijo del rey se puso muy
enfermo. Los médicos dijeron que había que encontrar a alguien que tuviera una
clase de sangre igual a la suya y hacerle una transfusión. Analizaron la sangre
de toda la gente del país……pero ninguna era igual que la del príncipe Luis
Alberto. Y el rey estaba tristísimo porque su hijo se ponía cada vez peor.
A la niña sin nombre nadie la
llamó, pero, como era muy lista, comprendió en seguida lo que pasaba. Estaba
agradecida por lo bien que la habían tratado en aquel país, así es que ella
misma se presentó para ofrecer su sangre por si servía… Y resultó que la sangre
de la niña sin nombre era la única que servía para curar al príncipe. El rey se
puso tan contento que le dijo a la niña: ” Te daremos un pasaporte de este
país, te casarás con mi hijo y desde ahora ya tendrás nombre: te llamarás Luisa
Alberta…”
Pero la niña no entendía lo que decía el
rey. Y el rey, de pronto, cayó en la cuenta de que ella no necesitaba ser de
aquel país ni llamarse Luisa Alberta… Lo que necesitaba era volver a su propio
país, ser llamada por su propio nombre, hablar su propio lenguaje y, sobre
todo, vivir entre su propia gente. Había que intentar ayudarla, si era posible.
Así es que el rey envió mensajeros para que
buscasen por todo el mundo… y no parasen hasta encontrar el país y la gente de
la niña sin nombre.
Al cabo de bastante tiempo, el mensajero que
había ido al Polo volvió con la familia de la niña sin nombre. Y por fin, la
niña pudo reunirse con sus padres y sus hermanos, que estaban muy tristes desde
que ella se había perdido.
Todos supieron entonces que se llamaba Monoukaki
y que era una princesa polar. Lo que todavía no podía saberse es si se casaría
o no con el príncipe Luis Alberto porque, al fin y al cabo, los dos eran
demasiado jóvenes para casarse…
Idea y texto: J.L. Sánchez y M.A. Pacheco.
Este cuento forma parte de la serie Los Derechos del niño, cuentos dedicados a ilustrar los principios del decálogo de los Derechos del niño proclamados por la ONU
Este cuento forma parte de la serie Los Derechos del niño, cuentos dedicados a ilustrar los principios del decálogo de los Derechos del niño proclamados por la ONU
Ningún comentario:
Publicar un comentario